La mexicana que enamoró a Mánchester
Por Verenise Sánchez
México, DF. 22 de junio de 2015 (Agencia Informativa Conacyt).- Hasta hace 20 años eran escasos los mexicanos que estudiaban algún posgrado en Reino Unido, y en especial en la Universidad de Mánchester (UoM, por sus siglas en inglés); hoy en día, ese país europeo se ha convertido en el destino predilecto de connacionales para realizar maestrías, doctorados o estancias técnicas.
De acuerdo con el Informe de Actividades Enero-Diciembre 2014, realizado por la Dirección Adjunta de Posgrado y Becas del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), en Reino Unido hay mil 291 mexicanos que estudian una maestría o doctorado con beca del consejo, mientras que en Estados Unidos hay mil 166 y en España 611.
La Universidad de Mánchester juega un papel determinante: con 150 estudiantes mexicanos, es la institución académica extranjera que más becarios Conacyt tiene.
La científica Teresa Alonso Rasgado, con arduo trabajo y compromiso, puso en alto el talento científico y tecnológico mexicano y le abrió las puertas a los estudiantes e investigadores nacionales en la UoM y el Reino Unido.
Ella supo ganarse la admiración y respeto de investigadores, académicos y administrativos de una de las 30 mejores universidades del mundo, y así pudo construir un vínculo entre México y Reino Unido.
Ahora, los mexicanos tienen un lugar privilegiado en esa destacada institución académica; incluso hay un connacional que estudia su doctorado con Andre Geim, ganador del Premio Nobel de Física 2010.
Tres años; ni un día más
Era una tarde muy fría del año de 1996; el viento acompañado de nieve golpeaba con fuerza las ventanas del Aeropuerto de Mánchester. Después de más de 15 horas de vuelo (desde la Ciudad de México), la joven mexicana Teresa Alonso Rasgado dudó en salir de dicha terminal aérea. Su temor no era el frío, sino el no tener la certeza de si había tomado la decisión correcta.
Había dejado en México a sus padres, hermanos, amigos y trabajo. Ahora empezaría un vida nueva en un país al otro lado del mundo, en donde no conocía a nadie, ni tenía nada; solo a su hija de siete años y su sueño de estudiar un doctorado en Ingeniería Mecánica, con una beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
Llegó a un modesto lugar de alojamiento para estudiantes, pues no llevaba mucho dinero y el poco que tenía se “evaporaba” más rápido que el agua, si consideramos que la libra esterlina estaba a 18 pesos mexicanos en ese entonces.
“Para mí y para mi hija fue muy duro acostumbrarnos a la vida de allá. Yo iba al supermercado y me preguntaba cómo era posible que un limón costara cincuenta centavos de libra esterlina (hace 19 años), o sea que pagaba casi a 10 pesos un limón”, recuerda.
“Son cosas que se le quedan muy grabadas a uno; por eso ahora yo les digo a mis estudiantes: ‘nunca hagas la conversión de libras a pesos mexicanos porque no vas a comer; tú recibes libras y pagas en libras, olvídate del peso mexicano y olvídate de la vida cotidiana en México porque de otra manera tienes un pie aquí y otro allá’”, comenta.
Teresa Alonso Rasgado nunca pudo dejar de pensar y anhelar estar en su país, pues desde su primer día de clases se presentó como mexicana y dejó muy claro a sus compañeros y profesores que solamente iba a estudiar su doctorado durante tres años; ni un día más, ni un día menos.
Quizá con esa determinación con la que se presentó se ganó la simpatía de sus profesores, pues recuerda que siempre que se encontraba con su asesor, el doctor Keith Davey, él bromeaba con ella y le decía: “tres años, ¿verdad?”; y ella respondía: “sí, tres años; ni un día más, ni un día menos”.
Adiós a la vida mexicana
Con nostalgia, la entrevistada recuerda que al principio fueron tiempos muy difíciles, pues no solamente había cambiado de residencia: también de modo de vida, costumbres, alimentación y hasta roles domésticos.
“Fue muy duro para mi hija, ella tenía en ese entonces siete años y estaba muy acostumbrada a sus abuelos y a toda la familia. Como buenos mexicanos, siempre tenemos alguien en la familia que nos ayuda y nos cuida a los hijos. Mi hija a esa edad tuvo que aprender muy rápido a ser independiente”, comenta.
Se levantaban muy temprano. Teresa Alonso llevaba a la niña a la escuela y después se iba a la universidad. Por las tardes recogía a la pequeña, le daba algo de comer, la ponía a hacer su tarea y la mandaba temprano a la cama; así ella podía apurarse a continuar su trabajo y se acostaba diario a las tres o cuatro de la mañana.
Era un ritmo de vida muy intenso; hasta que, por fortuna, al lado de su departamento llegaron a vivir Noemí y Eduardo, una pareja proveniente de Nicaragua que también estudiaba en la Universidad de Mánchester y que tenía un niño que iba a la misma escuela de Pamela, la hija de Teresa Alonso.
“Como éramos de países latinos y tenemos casi las mismas costumbres, me coordiné con Noemí y unos días yo llevaba a la escuela a los niños y ella los recogía, o viceversa; así se simplificó un poco la labor de ser mamá, papá y estudiante”, manifiesta.
Seis meses más
Después de dos años, la científica y su hija ya estaban más que acopladas a la vida inglesa; aunque Teresa aún extrañaba a su país y seguía muy firme con su dicho: “tres años; ni un día más, ni un día menos”.
Para ese entonces la mexicana, como también la conocían, ya había dejado huella en su área de estudios. Las autoridades universitarias habían descubierto su talento y no la iban a “dejar escapar” tan fácilmente.
Cuando cursaba el segundo año de doctorado, su supervisor le ofreció trabajo, a lo que ella respondió: “Yo tengo una beca y pienso regresar a mi país”.
Un año después, cuando acabó el doctorado, su supervisor le volvió a ofrecer trabajo para retenerla. Un día le dijo: “Por los buenos resultados de tu investigación, podemos meter un proyecto para que el gobierno nos dé recursos y que tú puedas seguir investigando al respecto”.
Teresa Alonso rechazó de nuevo la oferta. Sin embargo, su supervisor, que era un visionario y que había detectado mucho potencial en ella, le pidió que se quedara solamente seis meses para que encaminara el proyecto mientras él encontraba a una persona que la reemplazara.
Lo consultó con su esposo y su hija antes de tomar una decisión. Después de un corto cabildeo, aceptó el reto aunque con ello rompiera su promesa de solo tres años.
Aceptó diseñar e iniciar el proyecto, con la intención de quedarse solamente seis meses más; sin embargo, después de ese lapso su supervisor aún no había encontrado a alguien que la reemplazara. Teresa no se podía regresar a México; “no podía dejar las cosas a medias, no me podía rajar”, pensaba.
El proyecto que desarrollaba era un estudio de vibraciones en casting, es decir, empleaba la técnica de vibrar para mejorar las superficies de diversos objetos como los switches, que llevan recubrimientos que deben estar muy lisos. “Ese proceso de manufactura cuesta mucho dinero, y nosotros con vibración logramos hacer la superficie lisa y a un costo mucho menor”, explica la doctora en ingeniería mecánica.
Por ese proyecto, la UoM obtuvo muchos recursos y la mexicana ganó prestigio dentro de la institución. No había investigación del área de ingeniería en la cual la científica no participara. Ella escribía software para diferentes áreas y proyectos .
“Me volví muy hábil escribiendo software, me gustaba mucho. Pero llegó un momento en que hacer eso ya no representaba ningún reto, ya lo podía hacer casi de manera automática y un día le dije a mi supervisor, Keith Davey: ‘ya crecí mucho, ya di todo lo que podía dar, ya es tiempo de un cambio’”.
Retención del talento
Habían pasado cuatro años desde que terminó su doctorado, y Teresa Alonso Rasgado anhelaba regresar a México, pues extrañaba más que nunca a su país, su comida, sus tradiciones y, principalmente, su gente.
Así que un día presentó su renuncia. “En ocasiones anteriores ya lo había hecho y cada vez que decía que me iba me subían el sueldo o me ofrecían incentivos para retenerme'', recuerda.
Pero esa ocasión era diferente, era una renuncia definitiva: ya había comprado su boleto de avión para regresar a México. “Le dije a mi asesor: ‘me voy, ya tengo mi boleto’, y él me respondió: ‘¿cómo que te vas?, ¿ya lo pensaste bien?, ¿qué puedo hacer para hacerte cambiar de idea?’. Le dije: ‘nada, me voy a mi país’”, narra.
A los dos días, el director de la escuela la llamó para que fuera a verlo. “Tenía una oferta para mí, se trataba de coordinar proyectos de investigación a nivel europeo, con diferentes compañías como Volvo y Rolls-Royce; además iba a tener a mi cargo como a 10 estudiantes y me ofreció un puesto más alto del que ya tenía”, comenta.
Aún con la idea en mente de regresar a México, la científica le respondió que lo iba a pensar. Cuando llegó a su casa, de nuevo lo consultó con su hija Pamela –su mejor consejera– y decidió aceptar el reto.
El camino del éxito
A partir de ese momento, Teresa Alonso Rasgado comenzó a tomar mayor relevancia dentro de la Universidad de Mánchester. No fue fácil porque tuvo que pasar por todos los escalafones antes de llegar a ser directora del Programa Latinoamericano de la UoM.
“Para mí no era una motivación volverme académica, pues yo me desempeñaba como investigadora y mi vida era relativamente tranquila, ya que no tenia que dar clases; pero mi jefe en ese entonces me aconsejó darme la oportunidad de verme como académica: ‘hazlo como práctica; así, cuando te vayas, ya llevas la experiencia de que lo hiciste y pudiste’, así que me postulé para la vacante”, comenta.
Ganó esa plaza y su vida “se volvió un completo caos”, recuerda la científica. “Nadie te enseña a ser un catedrático. En mi primer día de clases tenía pánico, pero uno como maestro no puede mostrar miedo, ni decir ‘no sé pero lo investigaré’”, asegura.
“Fue muy difícil porque llegar a un auditorio y pararte frente a 300 personas te impone; además, en mi área casi no hay mujeres y, al ser una universidad multicultural, llegan estudiantes de muchos países en donde las mujeres aún no tienen mucha participación en la ciencia”, agrega.
El valor de la gente
Teresa Alonso Rasgado, quien ahora es el enlace entre las instituciones de México y Reino Unido, siempre ha buscado que los acuerdos establecidos entre ambas naciones “arropen” a los estudiantes e investigadores mexicanos, porque ella sabe que estar en un país ajeno es difícil.
Con un suspiro que evoca nostalgia, la investigadora recuerda que en sus primeros meses en Mánchester vivió el choque cultural por desconocimiento de los usos y costumbres cotidianas, aunque esa experiencia le dejó enseñanzas valiosas.
Después de esa vivencia, se propuso ser un vínculo entre los mexicanos y los ingleses: si se enteraba que algún connacional iba a ir a Mánchester le decía cómo llegar a la universidad, dónde podía comer o dónde se podía hospedar; “¡lo que haría cualquier mexicano!”, dice.
¡Bienvenidos, mexicanos!
Cuando Teresa Alonso tuvo una jerarquía más alta en la UoM, se puso como meta lograr que la universidad creyera en la educación y el talento mexicano.
“Antes no creían en la educación mexicana; cuando yo llegué a Mánchester hace 19 años solamente encontré a unos cuantos estudiantes de México. Entonces pensé que si ya estaba allá, lo que podía hacer por mi país era abrir camino para que más compatriotas vinieran a estudiar, pero que lo hicieran en las mejores condiciones y no como yo”, asegura.
Así, recomendó a un mexicano con el doctor Colin Bailey, director de la escuela. “Yo le dije al joven que tenía que ‘dar el ancho’, porque si no la que quedaba mal era yo”, relata.
De esa manera, desde hace seis años la académica de Mánchester inició una relación más fuerte con el Conacyt pero ya no como becaria –como lo había hecho tiempo atrás–, sino como aliada para internacionalizar el talento científico y tecnológico mexicano.
Viajó a México en representación de la UoM, para negociar y posteriormente para la firma de un convenio de colaboración con el fin de iniciar un programa piloto entre el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y el Conacyt, para que un grupo de 10 estudiantes mexicanos realizara su posgrado con un descuento en la colegiatura nunca antes ofrecido por una institución inglesa.
Con gran emoción, Teresa Alonso Rasgado manifiesta que el programa fue un éxito rotundo, y que a los seis meses de haber sido implementado lo tuvieron que ampliar a todas las universidades de México.
“Una vez que abrimos el camino, que vieron en Mánchester que los mexicanos somos talentosos y que la educación mexicana nos da las bases para hacer un doctorado de alto nivel y hacer investigación de carácter mundial, fue más fácil para el Conacyt negociar convenios con toda la UoM y con otras universidades de Reino Unido”, dice.
Subraya que “hoy en día decir en Reino Unido ‘soy mexicano’ es sinónimo de gente talentosa, trabajadora y perseverante. Quien sabe si será por orgullo pero los mexicanos nunca decimos ‘no sé’; si no lo sabemos, lo investigamos y aprendemos, pero no nos rajamos”.
Tal vez por esas cualidades, actualmente la UoM y diversas universidades de Reino Unido buscan y “arropan” al talento mexicano.
A cambio de ese trato preferencial donde la Universidad de Mánchester es pionera, los mexicanos han realizado grandes aportaciones a esa universidad. Por ejemplo, un grupo de científicos connacionales abrió el área de biomecánica y bioingeniería en dicha institución europea.
Además, gracias al brillante trabajo que han desempeñado los mexicanos en esa área, la UoM recientemente fue invitada a tener presencia en el Centro de Educación e Investigación Ortopédica, que se va a construir en el prestigiado hospital Wrightington.
Traer a estudiantes extranjeros, el reto
No cabe duda de que los mexicanos han dejado una gran huella en la ciencia inglesa y, seguramente, en la de muchos otros países. Ahora, el gran desafío que enfrenta México es traer a estudiantes extranjeros a realizar algún posgrado mexicano, asegura Teresa Alonso Rasgado.
De acuerdo con el Informe de Actividades Enero-Diciembre 2014 del Conacyt, el año pasado se recibieron 2 mil 446 alumnos extranjeros en México, provenientes principalmente de América Latina.
“México está creciendo muy rápido y creo que estamos en la dirección correcta. Yo escuché hace poco una conferencia del doctor Enrique Cabrero (director general del Conacyt) en la que exponía el plan de ciencia, tecnología e innovación mexicana, y me pareció fabuloso”, opina.
El reto actual de Teresa Alonso es traer a México a estudiantes e investigadores del Reino Unido y de toda Europa. Asegura que los beneficios de ello son muchos; uno es la transferencia mutua de conocimientos: “No solamente se trata de que solo los mexicanos aprendamos de los ingleses, ellos también aprenderán de nosotros”.
Además, añade que con lo anterior se podría cambiar la percepción que se tiene de México en Europa. “Allá piensan que en México nos estamos matando, que solamente hay terrorismo, drogas y delincuencia; y si bien eso es una realidad, no quiere decir que sea en toda la República; somos más los mexicanos que cada mañana nos levantamos temprano para trabajar y sacar a este país adelante”, comenta.
Asimismo, subraya que este intercambio va a tener un impacto social y económico muy importante en México, ya que incrementaría el turismo educativo y científico.
Aunque reconoce que no será una labor fácil, ni ocurrirá “de la noche a la mañana”. Pero sí se puede lograr, “pues los mexicanos tenemos mucha experiencia en perseverar y trabajar muy duro para lograr nuestros objetivos”, dice la científica y agrega que justo esas cualidades fueron las que posicionaron a los connacionales en Mánchester y en otras partes del mundo.
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