Microplásticos: el nuevo polvo del mundo

Dr. Armando Encinas
Investigador División de materiales avanzados, IPICYT
Un puño de arena, un sorbo de agua, un trozo de pan o incluso el aire que respiramos: todo contiene hoy diminutas partículas de plástico. Son tan pequeñas que apenas las vemos, pero tan persistentes que ya forman parte de los sedimentos del planeta, acumulándose en suelos, ríos y fondos marinos. Los microplásticos, esas fracciones menores de cinco milímetros y los nanoplásticos, aquellas fracciones menores a un micrómetro (o la milésima parte de un milímetro), que resultan de la fragmentación de nuestros objetos cotidianos, ya están en todas partes. Literalmente.
Los plásticos son un símbolo de modernidad. Ligero, resistente y barato: un material prodigioso que revolucionó todos los aspectos de nuestras vidas. Pero esa misma durabilidad que lo hizo indispensable también lo convirtió en una amenaza silenciosa. Los microplásticos son el precio invisible de nuestra comodidad.
Cada vez que lavamos la ropa se desprenden microfibras sintéticas; cada envase o bolsa de plástico que se degrada, en realidad se desintegra en microplásticos que son dispersados como parte de los efluentes, por el viento y la lluvia. Están en los océanos, en los glaciares, en la atmósfera y, según estudios recientes, también en la sangre humana e incluso en la leche materna. La humanidad ha logrado lo impensable: convertir al planeta, prácticamente, en un ecosistema plástico.
A diferencia de otros contaminantes industriales, los microplásticos no provienen sólo de fábricas. Las principales fuentes son terrestres y marinas, siendo las terrestres las más importantes. Gran parte de ellos se originan en nuestra vida cotidiana, en nuestras casas. La principal fuente de microplásticos son las microfibras provenientes de la ropa y textiles. Cuando lavamos ropa de poliéster o nylon, millones de microfibras se desprenden y viajan con el agua hacia las plantas de tratamiento. Allí, la mayoría se filtra, pero muchas escapan y llegan a ríos y mares. Lo mismo ocurre con las microperlas abrasivas presentes en pastas dentales, exfoliantes o cosméticos, y con los fragmentos que se desprenden del desgaste de llantas y carreteras. Por otra parte, todos los plásticos que descartamos, envases, bolsas, envolturas, empaques, cubiertos, vasos y platos desechables, terminan fragmentándose, con el tiempo, en microplásticos. Al liberarse, comienzan un ciclo que apenas estamos comprendiendo.
Una vez en el ambiente, estos fragmentos representan un riesgo potencial para la salud ya que pueden liberar compuestos químicos tóxicos que se suelen agregar en los plásticos. También se sabe que absorben metales pesados, pesticidas y compuestos orgánicos persistentes y se ha demostrado que pueden ser vectores biológicos, transportando bacterias, hongos, virus. En el mar, son ingeridos por el plancton, los peces y las aves; en tierra, por insectos y lombrices. Así, los microplásticos entran en la cadena alimentaria, y con ella, regresan a nosotros.